Líderes

Por Daniel Callo-Concha

Introducción

Hay un sitio web que compila rankings populares de todo lo que se pueda imaginar: www.ranker.com. En el acápite “los líderes más importantes de la historia”, uno encuentra entre los primeros 50, nombres como: Julio César, Constantino, Atila, Alejandro el Grande, Gengis Kahn, Federico el Grande, Pedro el Grande, Catarina la Grande, Suleyman el Magnífico, Mehmet II, Lincoln, Napoleón, Carlos V, Churchill, Roosevelt, célebres por sus logros políticos y militares; también, aunque en menor número, hay otros enlistados por sus logros políticos no militares: Gandhi, Mandela, Ataturk y Luther King; unos cuantos pensadores y científicos: Sócrates, Aristóteles, Galileo y Einstein; y algunos líderes religiosos: Confucio, Buda, Jesucristo y Martín Lutero.

Globe 2020 es un proyecto de escala global que se ocupa del liderazgo como tema de estudio. Regularmente, lleva a cabo evaluaciones donde identifican las cualidades deseadas en un(a) líder en sus contextos culturales nacionales y los compara entre sí. Ahí me enteré de que las cualidades de liderazgo se valoran distinto por países. Un estudio comparativo en más de 60 países, encontró que los rasgos más deseables en un líder eran: confiabilidad, dinamismo, capacidad para motivar, capacidad para decidir e inteligencia; y los menos deseables: falta de claridad, individualismo, ser autocrático, egoísta y cruel. Interesantemente, hay algunas cualidades que algunos pueblos consideran positivas, mientras otros las creen nocivas; las más aludidas entre estas: capacidad para anticiparse, pensamiento lógico, ambición, sinceridad, entusiasmo e intuición.

Lo que quiero mostrar aquí es que cuando se contrasta la lista de los líderes más importantes con las listas de las cualidades más apreciadas y los defectos más deleznables, lo que se obtiene es una distribución más o menos pareja. Es decir, que los líderes más exitosos no fueron un cúmulo de las virtudes que estimamos, sino que también poseían varios de los defectos que rechazamos. Más aun, tales defectos fueron a menudo clave en su éxito. De lo que se puede inferir que la combinación de virtudes y defectos en una proporción o una sucesión indeterminada, es lo que tal vez l@s hizo tan eficaces y eficientes, y finalmente la razón por la que los celebremos hoy en día.

La idea actual de líder: alguien quien es apoyado y mantenido por la mayoría, tiene un par de siglos, antes de ello los líderes eran generalmente impuestos. Pero tanto entonces como hoy, la relación entre líderes y masas, se ha caracterizado por algún grado de inconformidad. Tod@s l@s líderes, independientemente de su reputación, desempeño o visión, tuvieron y tienen detractores que los critican y juzgan.

Esta elucubración es el leit motif de este artículo: ¿cómo es que elegimos nuestros líderes?, ¿por qué tenemos la sensación constante de haber ‘elegido mal’?, ¿por qué, aunque nos prometamos hacerlo mejor la próxima vez, seguimos eligiendo igual de mal?

La historia

En la antigüedad los líderes provenían de las élites y por lo tanto de grupos pequeños. Estas élites se definían principalmente por la herencia, las posesiones y la religión, y a menudo una combinación de ellas. Los monarcas, ya sean zares, reyes, sultanes, shaes, rajás, khanes o como se llamen, creían que su autoridad y privilegio eran heredadas y heredables, y se preocupaban especialmente en enaltecer las razones o sinrazones de tales derechos, y así persuadir a los demás para creer en ellas.

Para ello, los líderes de la antigüedad utilizaron frecuentemente el argumento del ‘derecho divino’. Como los monarcas incas cuando les decían a sus súbditos que eran hijos de dios, los califas cuando afirmaban que dios les había mandado encumbrarse para guiar a su pueblo, y los faraones al proclamar que los dioses se manifestaban a través de ellos. Cuando, predeciblemente, este argumento empezó a agotarse, otros le complementaron, como reclamar algún derecho original excluyente: la propiedad de la tierra, de algún recurso escaso, o el de algún conocimiento cuyo dominio les otorgara autoridad sobre los demás.

Las elites gobernantes, por su formación y roles, fomentaron una creencia de superioridad sobre los gobernados, atribuyéndose virtudes como moralidad, honestidad y elegancia, que luego estiraban a inteligencia, instinto y belleza. ¡Y vaya que hicieron un buen trabajo!, es revelador cómo los plebeyos llegaron a ensalzar las virtudes de sus líderes.

Alejandro I de Rusia

Fuente. https://images.app.goo.gl/PPQXRpPmEoNqZtrq8

"El hermoso y joven zar Alejandro con un uniforme de la guardia montada, con un tricornio, con su agradable rostro y su audible pero templada voz, atraía toda la atención. Era la primera vez que Rostov veía al zar. Quedó cautivado por el sencillo encanto de su apariencia en relación con su alto estatus. Al ver esa leve sonrisa, Rostov sintió que en ese momento amaba al emperador más que a nadie en el mundo."

L. Tolstoi - La Guerra y la Paz.

Mas la historia ha demostrado que la idea de las castas gobernantes es fallida, pues como dice mi padre: “Lo que natura no da, Sorbona no otorga”. Hay innumerables ejemplos de monarcas opacos, insensibles e ineptos, y los hay mucho menos de notables, empáticos y talentosos. Lo que se explica bien por la fatalidad de la situación misma: ¿cómo se podía esperar el predestinado niño número 1 (porque debía ser niño y casi nunca niña), acaparase todas las virtudes y habilidades necesarias para liderar? Ante lo que las cortes respondían invirtiendo cuantiosamente en la educación de los príncipes y rodearles de aristocracias y/o teocracias instruidas, quienes debían apoyarle en la ineludible actividad de gobernar.

Como fuere, con la emergencia de la ilustración, que alcanzó su culmen en la revolución francesa (1789), se masificó la idea un gobierno representativo, donde los líderes no fueran predestinados, sino que se deberían a la mayoría para enaltecerse como tales. Aunque hay evidencia de la existencia de elecciones tan antiguamente como en la Grecia de 700 AC, en estas, los comicios eran excluyentes: votaban sólo las elites y de acuerdo a la importancia de lo que se votaba el número de votantes era menor. Este esquema, con más o menos variantes pervivió hasta prácticamente inicios del siglo XX, cuando germinó el concepto de ‘democracia representativa’, que requiere que los votantes elijan a sus representantes y estos organizados en asambleas consulten, discutan y decidan a nombre de ellos. Y aquí la clave: la elección de los representantes debía hacerse a través del ‘sufragio universal’, es decir donde tod@s voten y cada uno de los votos valga lo mismo. La democracia representativa se ha idealizado por las sociedades modernas como paradigma de gobierno al que la mayoría aspira, y extendido, al menos retóricamente, en todo el globo.

Pero con todo y todo, la idea del líder único no se ha extinguido. Si bien hubo casos de liderazgo compartido, parece ser que una sociedad no puede concebirse sin una figura única de liderazgo. Ya sea president@, primer ministr@, secretari@ general o canciller, las democracias representativas necesitan de cabezas visibles, que las representen, decidan y actúen a nombre de ellas, y a veces puede que más, definan su carácter como nación o enrumben su historia, al menos por un tiempito.

Cualidades clave

En su magnífico sumario sobre los factores psicológico-evolutivos que definen al liderazgo, M. van Vugt y R. Donnay afirman que la elección de líderes se ha modelado en la heurística de la decisión correcta: es mejor seguir a alguien que cada quien vaya por su cuenta, y seguir a alguien calificado es mejor que seguir a cualquiera. Estos autores señalan como las calificaciones más valiosas a la experiencia, la inteligencia y el vigor físico.

En las sociedades modernas, estos criterios se confirman a medias. Actualmente, l@s líderes políticos son predominante viej@s (entre 60 y 70 años), aunque parece ser que la tendencia es a elegirlos cada vez más jóvenes, como se ve al evaluar las edades de los líderes de los países pertenecientes a la OECD. Sobre la inteligencia, D.K. Simonton, profesor de Psicología en Davis, publicó en el 2006 un estudio comparativo de las inteligencias estimadas de los últimos 43 presidentes de los Estados Unidos. Además de curiosidades como encontrar a B. Clinton en el cuartil superior, y a su sucesor G.W. Bush en el inferior, puede concluirse que los presidentes norteamericanos han sido en promedio listos mas no brillantes, y hubo un buen número cuya inteligencia era equivalente a la de la población media. Y en lo que se refiere al vigor físico, en un mundo de líderes sexagenari@s y septuagenari@s, la exclusión del vigor físico no es tan obvia como podría creerse. Investigación empírica ha encontrado que l@s líderes suelen tener cualidades fisiológicas excepcionales, como una alta producción de testosterona (hormona asociada a la agresividad y asertividad) y una baja secreción de cortisol (hormona generada en situaciones de estrés).

Tendencia en la edad de líderes de algunos países de la OECD

Fuente: https://static01.nyt.com/images/2020/10/22/learning/PresidentAgeGraphLN/PresidentAgeGraphLN-superJumbo.png

Mas, además de estas cualidades genéricas, abundante investigación sociológica reclama un rosario de cualidades con las que un líder contemporáneo debería contar. Tales listas son largas y prescriptivas, y suelen incluir: integridad, persistencia, sagacidad, apertura, adaptabilidad, curiosidad, eficiencia, sentido de la compensación, complejidad, idealismo, humildad, decisión, etc. Pero como se vio al inició de este artículo, tales atributos con frecuencia se contradicen entre sí, o son apreciados o rechazados de acuerdo a las circunstancias. Así pues, la oportunidad relativiza todas las demás, la que junto con su primo prosaico, el oportunismo, son sin duda cualidades muy valiosas en un(a) líder.

Rotos los mitos de la predestinación y la excepcionalidad, la expansión de la democracia y la sistematización de las cualidades en un líder, nos mandan a creer que el liderazgo es algo que se puede adquirir, algo en lo que se puede educar a alguien. Es decir, que es factible y hasta útil, formar líderes de modo sistemático, proveyéndoles de las herramientas que les conviertan en tales. Esto se lee maquiavélico y acaso luzca para algunos un poco tonto, pero no lo es.

Es común correlacionar los líderes con sus afiliaciones a: universidades, programas de entrenamiento y hasta escuelas secundarias. Emblemático es el caso de Reino Unido: desde 1721, casi la mitad de sus primer@s ministr@s son graduados de la Universidad de Oxford, más aún, quienes estudiaron en la escuela de filosofía, política y economía, tienen una presencia desproporcionada en el liderazgo político, económico y administrativo de ese país. Esto no es exclusivamente británico, en los Estados Unidos de los 46 presidentes a la fecha, 16 provienen de las llamadas universidades Ivy League, un grupo de ocho universidades de élite; otro ejemplo es la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard, que ha graduado a numeros@s líderes de estado del mundo, entre ellos varios presidentes latinoamericanos; en Francia tal papel lo juega la Escuela Nacional de Administración, de la que el presidente Macron es exalumno; y también está la infame Escuela de las Américas, hoy Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad, del que egresaron varios militares líderes de golpes de estado en América Latina. Y si esos ejemplos parecen grandilocuentes, véase el caso del Instituto Nacional José Miguel Carrera en Chile, que es nada más que una escuela secundaria, que en sus 200 años ha visto pasar por sus aulas 17 presidentes chilenos. Por todo esto no debe sorprender que ‘liderazgo’ etiquete los catálogos de las ofertas universitarias nacionales, y no haya país sin escuelas, diplomados y postgrados en gobernanza, gerencia política, administración pública, y claro, mil variantes de liderazgo.

Así pues, el liderazgo, a pesar del aura democrática que lo enmarca, no se ha distanciado del todo del privilegio. L@s líderes, independientemente de su filiación ideológica, tienden a recibir cierta educación o formación especial, y tan importante como ello, es que durante tal formación se les engarza en redes sociales y de poder bastante convenientes.

¿Cómo elegimos? Promesas y contexto

Las sociedades modernas están convencidas de que si eligen un(a) líder adecuad@ sus posibilidades de éxito serán mayores, y que, si esta elección es democrática, la probabilidad de éxito será aún mayor. Evidencia recogida de especies sociales como elefantes, cisnes, abejas y varios tipos de simios, corroboran esto, y probablemente haya sido o sea el caso de grupos humanos pequeños. Pero en nuestras sociedades modernas, el asunto es infinitamente más complejo.

El supuesto formal dice que al elegir deberíamos evaluar las cualidades del líder, su perfil, su visión política, su ideología, su equipo y propuestas; pero también analizamos su viabilidad, el contexto de la elección, nuestras necesidades individuales y sociales, etc. Pero como tod@s sabemos, en realidad esto no ocurre. Como pasa con la mayoría de las decisiones complejas, tendemos a simplificar el proceso. Tanto quienes quieren ser elegid@s como quienes l@s elegimos lo que hacemos es esencialmente regatear. L@s primer@s ofreciendo y prometiendo y l@s segund@s (des)creyendo y votando en función a las ofertas y promesas hechas.

¿Y funciona este algoritmo? ¿Elegir con base en promesas? Contra la apabullante creencia de que la regla es el incumplimiento, hay estudios que demuestran que las promesas electorales tienden a cumplirse, y que la proporción aumenta en función al control de los estamentos de poder, como por ejemplo, el congreso; de ahí que establecer coaliciones es proporcional al incumplimiento de promesas electorales. Pero, aquí el detalle, estos estudios se han realizado casi exclusivamente en el norte global. El más extenso de ellos consideró 12 países: Alemania, Austria, Bulgaria, Canadá, España, Estados Unidos, Holanda, Irlanda, Italia, Portugal, Reino Unido y Suecia, y sus resultados, por supuesto, no son extrapolables. Por lo que sus autores reclaman la necesidad de estudios similares en ‘democracias no-occidentales’.

Ciertamente, no abundan estudios de este tipo en el sur global, pero un estudio de caso puede que sea ilustrativo. El Instituto de Investigación en Economía y Desarrollo (WIDER), llevó a cabo un estudio de laboratorio en India, que evaluó el cumplimiento de promesas electorales en dos situaciones: en la primera, las promesas son públicas y polític@s y ciudadan@s se conocen y en la segunda no. Sucede que cuando lo primero ocurre, las promesas son públicas y l@s candidat@s mantienen contacto con sus elector@s, las promesas tienden a cumplirse hasta un 88%, pero sí esto no ocurre, las promesas se ignoran hasta un 99%.

Si creemos en esta polaridad: que el desempeño de los líderes elegid@s democráticamente es función de cuán consolidada sea la democracia que los elija, o más simplemente, dependerá de cuánto más se parezca a las democracias occidentales bien establecidas, supongo en la funcionalidad de sus instituciones y sus sistemas de gobernanza. Y en esto, está claro que hay una gran divergencia. En el índice global democrático de The Economist para el 2020, solamente 23 países calificaron como completamente democráticos, 52 como democracias deficientes, 35 fueron regímenes híbridos y 57 autoritarios.

Como se ve, la mayoría de los países del mundo no son democracias plenas, y casi todos los países latinoamericanos han sido etiquetados como democracias deficientes. Yo no soy especialista, pero creo que las razones de tales estándares democráticos de nuestra región ya han sido bien establecidas: las instituciones políticas han sido capturadas por grupos de interés generalmente económico, que han dejado de lado ideales igualitarios, sociales y democráticos, para priorizar su beneficio e impulsar el crecimiento económico; y se mantienen en el poder vía electoralismo y populismo.

Así pues, la elección de un líder adecuado parece estar fuertemente determinada por el contexto político e institucional… también.

¿’Elegimos’ realmente?, ¿qué nos queda?

Con respecto a la visión que se tenga de l@s líderes, los psicólogos sociales dicen que los individuos al elegirl@s nos confrontamos a nosotr@s mism@s con una disyuntiva clave: por un lado, l@s líderes deben ser representativos, quienes l@s elegimos debemos sentirnos identificad@s con ell@s, o mejor aún, l@s líderes deben ofrecernos una versión idealizada de nosotr@s mismos. Por otro lado, y en apariencia contradictoriamente, se espera que el/la líder sea extraordinari@, no puede ser una persona corriente, puede que lo haya sido en algún momento de su vida, pero al ascender a líder debe revelarse original, especial y hasta únic@. El ejemplo de Evo Morales, expresidente de Bolivia, es ilustrativo. Se ha repetido innumerables veces su origen aimara y popular, como argumento definitivo para personificar la mayoría indígena de su país, a la vez que se ha subrayado lo excepcional de su biografía y aptitudes.

Mas este argumento tiene su contrapeso en otro que relieva la importancia de los procesos subconscientes. Este afirma que al elegir estamos sujetos a una gran cantidad de factores distorsionantes que parcializan nuestras decisiones. Como, por ejemplo, se ha probado que cualidades aparentemente triviales como la estatura, la simetría facial o el acento influyen en la aceptación y reconocimiento de l@s líderes, y ni qué decir del sexo o el status económico. Aun cuando mencionar esto parece hoy en día fuera de lugar, no debe dejarse de lado, pues se sostiene en factores evolutivos y por ello están y aún estarán inherentemente ligados a nuestras decisiones. Además de que hay penosa evidencia anecdótica que lo sostiene: l@s elector@s de los señores Carlos Salinas de Gortari, Fernando Collor de Melo y Alan García, solían argüir como cualidades determinantes para haberles elegido su distinguida dicción y porte galante.

Como he intentado demostrar, la elección de líderes resulta ser un desafío mayor por los muchos factores que involucra: la incierta elucidación de las cualidades, la poca representatividad que l@s líderes suelen tener, las condiciones estructurales que se necesita para desempeñar el liderazgo, y nuestras propias incapacidades cognitivas y analíticas para elegirl@s. Así pues, elegir líderes democráticamente no trae consigo ninguna garantía de éxito, al contrario, insatisfacción será probablemente lo que más abunde entre l@s elector@s. Es decir que indefectiblemente elegiremos mal.

Para terminar

Antes de juzgar mi conclusión de cínica, quiero resaltar una cuestión clave: los límites. Esta revisión se ha centrado en l@s líderes, que, quiérase o no, son las cabezas visibles de los sistemas políticos y el foco de las elecciones; y casi completamente, ha excluido a los sistemas políticos e institucionales. En un mundo ideal los últimos determinarían la estabilidad y progreso de una sociedad, y la sucesión de líderes tendría un papel suplementario, en el sentido de que no necesariamente alterarían procesos que ya llevan trayectorias establecidas. En nuestra vida real, especialmente en Latinoamérica, lo que tenemos son sistemas parcialmente funcionales y no representativos, en los que a la par de elegir líderes, ocurren cambios abruptos y discontinuos en nuestros sistemas políticos e institucionales, lo que es fatalmente estructural. Así pues, esto hace hasta cierto punto irrelevante que nuestro próximo líder sea un(a) graduad@ de Harvard o un electricista, como sucedió en México y Polonia, o lo sea un ex-futbolista o un ex-actor cómico, que es el caso en Liberia y Ucrania.

¿Y cuánto nos sirve esto en estos tiempos de elecciones? Tal vez oír la creencia popular nos habría ahorrado el esfuerzo, a ustedes de leer este artículo, y a mí el escribirlo: ahí arriba elegimos lo que tenemos, ponemos lo que somos, o lo que aspiramos a ser. Nuestr@s líderes son tanto un reflejo de nuestra realidad como de nuestras esperanzas, y para bien o para mal la consecuencia de lo que hicimos o no hicimos en el pasado. Democracias sólidas elegirán lideres quienes, con idas y venidas, contribuirán o no impedirán la evolución de sus sociedades; y democracias transicionales, con mala suerte, elegiremos listill@s cortoplacistas, hipnotizador@s poco informad@s o mimofantes fuera de tiempo. ¿Y cómo cambiar esto? Un punto de partida, o mejor, EL punto de partida, puede que sean las premisas enunciadas por el Sr. José Mujica, cuando asumió la presidencia de Uruguay en el 2010: educar, educar, educar.