Darwinismo hoy
Sobre el ser animal en nuestro tiempo, dilemas éticos y prospectiva
Por Daniel Callo-Concha
El concepto filosófico de excepcionalismo ha sido usado por grupos humanos para reclamar privilegios sobre otros. Enarbolado como seña de identidad nacional y argumento de política exterior, ha justificado y aún justifica acciones que han definido la historia y situaciones geopolíticas, económicas y sociales actuales. Hasta ahí una vana nota enciclopédica y un mohín de descontento.
Lo que es más nuevo es el uso del excepcionalismo para etiquetar el comportamiento humano con respecto a otras especies. Actividades antes cotidianas, hoy son cuestionadas, se hacen infrecuentes y tornan tabú. Una evidencia de éste cambio es la legislación con respecto al maltrato animal, que es de los temas que más evoluciona en el derecho moderno. Aunque sin duda las que convocan mayor atención y debate popular, son las usanzas tradicionales donde se trata a los animales con crueldad, cuyos defensores, casi sin excepción, apelan a la ‘cultura’ para resguardarse. Es el caso de numerosas celebraciones populares españolas o nuestra Yawar fiesta, que inspiró la novela del mismo nombre a José María Arguedas, por citar un par de ejemplos entre muchos.
Mas el asunto sobre los derechos de los animales va mucho más allá. Qué comer, qué vestir, qué comprar o incluso qué permitir son, de acuerdo a PETA, la organización bandera del tema, decisiones éticas y morales, las que debemos re-evaluar como individuo y sociedad y eventualmente cambiar. Ver éste como un fenómeno aislado es un error. La expansión del vegetarianismo es un buen antecedente: hasta los 1960’s virtualmente inexistente como estilo de vida en occidente, hoy ocho de cada 100 personas son vegetarianas. Un patrón similar ocurre con el veganismo hoy en día, abrazado entusiastamente por la generación de los milénicos.
¿Es posible que la homogeneización de principios acerca de los ‘derechos animales’ tenga que ver con la globalización de la comunicación y valores? ¿O que sea simplemente la más reciente secuela en la evolución de las sociedades? Como pasó con el otorgamiento de derechos civiles de grupos relegados por género, raza, etnia, etc. El principio no es nuevo. Numerosas civilizaciones apelaron a la unicidad con la naturaleza, e.g. Madre Tierra, Gaia, Pachamama, etc., para sostener prescripciones de respeto a las criaturas cohabitantes, como el principio de no violencia o Ahimsa, que aunque predicado por el hinduismo es común a todas las religiones mayores.
Pero volviendo al maltrato, ¿por qué molesta tanto el abuso animal?, ¿es que es inherentemente malo?, o porque es un indicador de la capacidad para ejercer violencia, o sea que ¿quienes abusan de animales podrían hacerlo con personas? A pesar de su abrumador sentido común, esta hipótesis apenas se validó en los 1990’s. Sistematizada por Lockwood y Alscione al estudiar el abuso mascotas y que abunda en datos turbadores como por ejemplo, que entre uno y dos tercios de los asesinos seriales abusaban animales cuando niños, o que los niños abusadores de animales suelen ser ellos mismos víctimas de abuso. Merz-Perez y Heide extendieron tales estudios a otros tipos animales además de las mascotas, partiendo de la premisa que la compasión humana es selectiva. Es decir que el grado de empatía de la persona depende de la especie de la que se trate. En general resulta más simpático un perro que un puerco, o un oso panda que un rinoceronte aunque no hayamos visto ni uno ni otro.
Esta empatía (proyectar la personalidad de uno en otro) parece tener en la comunicación un ingrediente clave, entender, creer entender o creer ser entendido, desarrolla un vínculo automático entre dos especies. Lo que en el caso de las varias especies de primates homínidos, que incluye la nuestra, es bastante obvio. Al margen del mimetismo reflejo que nos inspira confrontar otra especie de homínido, hay evidencia de que una comunicación de ideas abstractas es posible entre nosotros: Koko, una gorila adoptada y entrenada por Francine Patterson en la universidad de Stanford, es capaz de interactuar con personas utilizando una lengua de signos simplificada.
Koko y su entrenadora haciendo el signo de máquina
Otro argumento de los activistas en pro de los derechos animales es el del reconocimiento de su consciencia. Por siglos se especuló sobre el tema desde una perspectiva más bien teórica, pues la cuestión de ¿qué piensa o siente un animal? quedaba irremediablemente pendiente ante la imposibilidad de llevar a cabo experimentación. Sólo hasta el 2012 se publica la Declaración de la Consciencia de Cambridge, producto de un encuentro de científicos de alto nivel en disciplinas relacionadas, que sentenció que los animales cuentan inequívocamente con las condiciones anatómicas, químicas y fisiológicas para desarrollar un comportamiento intencionado y por tanto consciente. Es decir que estados equivalentes a los humanos de alegría, tristeza, sufrimiento y existencia, no son exclusivos al Homo sapiens sapiens.
Como fuere, el desarrollo del mapeo genético y tras él, el desciframiento del genoma humano abrió la posibilidad de establecer la proximidad biofísica entre especies. A fines de los 1990’s se demostró espectacularmente que los genomas humano y de los chimpancés difieren en apenas 1.5% y que distamos aún menos (1.3%) de los bonobos. Y como si la elucidación de nuestra filiación simiesca, ya vaticinada por Darwin hace 140 años no bastara, se supo que las ‘distancias genéticas’ entre el hombre y otras especies y entre las especies en general son bastante estrechas. Si bien es cierto que son muchos los argumentos evolutivos, sociológicos, de comportamiento, alimentación, etc. que se necesitan para explicar la divergencia entre especies, la tecnología de mapeo genético hizo que el fundamento biológico de aquel excepcionalismo, que hasta entonces condimentaba discursos, morales, religiosos, éticos y hasta evolutivos, se considere fundamentalmente deshecho.
Proporción del genoma compartido entre humanos, chimpancés y bonobos
Fuente: https://images.app.goo.gl/twUhLmCmhik7G5Ag9
Sobre esta base, en el 2014 el abogado Steven Wise demandó un Habeas corpus solicitando el reconocimiento de los derechos civiles de los chimpancés Hércules and Leo, con quienes se experimentaba en una universidad en Nueva York. Wise arguyó que al otorgárseles derechos civiles a estos homínidos se lograría, primero, la salvaguarda de su integridad física, lo que anularía ser tratados como sujetos de experimentación; y segundo, su derecho a la personalidad/individualidad, lo que implicaría su liberación. Inicialmente la jueza B. Haffe denegó el pedido, aunque la frase “(…) por el momento” incluida en la sentencia, le otorgó sostén moral al reclamo y auguró rectificaciones futuras. Finalmente, ulteriores apelaciones y la presión de la opinión pública, lograron que los chimpancés fuesen liberados y llevados a un santuario donde conviven con sus pares.
Este caso, pionero de muchas maneras, es continuado por numerosas iniciativas que reclaman la extensión de tales derechos a otras especies. El Nonhuman rights Project (proyecto de derechos no-humanos) aboga abiertamente por que algunas especies como las ballenas, delfines y elefantes, de inteligencia, capacidad de comunicación y consciencia comparables o superiores a las de los primates homínidos, gocen también de derechos ‘no-humanos’ propios. Estas especies encabezan el inicio de una larga lista, pues existe la evidencia científica de comportamiento inteligente, sensible e intencionado en animales tan diversos como cotorros, pulpos y peces, y por supuesto los más cercanos perros y cerdos.
En tal línea, la filósofa Cynthia Willet propone una ética inter-específica, que empezando por negar el antropocentrismo retome el contacto igualitario con las otras especies. Vislumbra Willet que si tal ética fuera institucionalizada, daría lugar a una sociedad que siendo más pro-animal sería más humana. Mas cuestionando este discurso de una sociedad de derechos universalizados, hay quienes arguyen que los sujetos beneficiarios de derechos también deben ser imputables de obligaciones, y las implicaciones que esto conlleve. El filósofo Roger Scruton, en su libro Animals rights and wrongs (2006) (juego de palabras: Derechos/Aciertos y errores de los animales), desarrolla tal tesis elucubrando a partir de situaciones incómodas, pero en todo caso realistas y contemporáneas. Cuestiones del tipo de: ¿qué hacer si un elefante mata a un hombre u otro animal? ¿hay que respetar el derecho a la vida del virus transmisor del zica? ¿qué hacer con consumados predadores –mas tolerados- como los gatos?, confrontan las evoluciones de los defensores de los derechos de los animales.
Como fuere el debate público tiene un tono más terreno. En una orilla están quienes reclaman por los genocidios de gatos, perros y ratas en los parques y vías públicas, como los 20 000 parisinos que pidieron hace unas semanas la revocación de una orden municipal al caso; y en la otra, los que dicen que algunos vacunos, aves y perros existen gracias a las salchicherías, coliseos y ancianos solitarios, y por tanto el status quo debe mantenerse. Argumentos todavía distantes al del establecimiento de una línea roja moral cuya pregunta final es: ¿Cuál vida vale más? ¿si las especies son todas más o menos (…) iguales?