Babel global

Sobre el desarrollo e influencia de los idiomas


Por Daniel Callo-Concha

Diversidad y genealogía

En un mundo global con más o menos frecuencia se da la paradoja de creer entenderlo todo y nada. Escuchamos a Cesaria Évora sin saber creol, leemos a Murakami sin entender japonés, o más allá aún, se nos revelan los sabios y profetas de la antigüedad sin saber arameo, sánscrito, griego, árabe o chino.

Hasta no hace mucho esto no era posible, al menos no en la escala que conocemos, y la obvia razón eran las diferencias idiomáticas. Puede que este enredo se haya resuelto para la mayoría con google translate, pero para algunos éstas diferencias en la comunicación humana constituyen aún un apasionante recodo científico.

La pregunta obvia inquiere por el origen de la comunicación, y tirando del hilo, el del lenguaje hablado y la genealogía de los idiomas. A mediados del siglo pasado fue este probablemente el tema de mayor interés de la lingüística. En esta vía, Joseph Greenberg un lingüista norteamericano, llamó ‘cognados’ a las palabras en distintos idiomas que por tener significado similar tendrían un origen común. Por ejemplo, la palabra hombre que es homen, homme, home y uomo en portugués, francés, catalán e italiano, se parecen tanto entre sí que debían estar emparentadas. Al inicio bastante cuestionada, la tésis de Greenberg se verificó largamente al superponer la distribución de las lenguas de la familia ‘amerindias’ con el genoma de las poblaciones indígenas en Latinoamérica.

Estas genealogías de idiomas han dado lugar a familias lingüísticas, que son los conjuntos de lenguas de orígenes comunes. Como la indoeuropea que incluye idiomas tan diversos como el griego, alemán, inglés, ruso, hindi, turco o español, son lenguas habladas por casi la mitad de la población del planeta; y que junto a otras familias como la afroasática de la que hacen parte el árabe, kiswahili, hebreo o amárico; la altaica a la que pertenecen el chino, cantonés, coreano, japonés y mongol; y la dravia predominante al sur del subcontinente Indio, son habladas por casi 9 de cada diez personas. Otras familias se han extendido menos, ya sea por su fuerte territorialidad como las aleutiana, urálica y kartbeliana enclavadas en el Ártico americano, las orillas del mar Báltico y el Cáucaso; y otras por haber dejado de ser hegemónicas, como en el caso de la familia amerindia extendida en toda Latinoamérica pero como lengua materna suprimida o relegada a segunda lengua.

A pesar de la aceptación general de la filogenia lingüística existen excepciones: idiomas que no se han logrado vincular a las grandes familias lingüísticas. Algunos visibles como el vasco o el húngaro, otros menos conocidos como el bangime en la actual Mali, que parece honrar su etimología al llamarse a sí misma "la lengua secreta". Al parecer fue creada adrede para evitar ser entendidos por sus entonces invasores y esclavistas de la tribu Fulani.

Holger Pedersen hipotetizó que el desenmarañamiento de este rompecabezas debería llevarnos a un grupo de lenguas germinales, que probablemente habrían hablado nuestros ancestros en alguna parte de África del Este u Oriente Medio. Bautizó a esta primera familia como nostrática (del latín nostras: paisanos, compatriotas). En la misma línea, lingüistas modernos como Allan Bomhard, siguiendo una suerte de ingeniería inversa lingüística, se han empeñado en rastrear las palabras originales e intentar desentrañar y reconstruir el nostrático.

Expansión y añadido cultural

Pero sin duda esta taxonomía no explica del todo los idiomas actuales. Tras siglos de imposiciones, intercambios, préstamos y asimilaciones las lenguas subsistentes han ido sumando vocablos de otras. Yapa, mandinga, ojalá, guachimán u ok son palabras usuales del peruano común y acarrean en sí trozos de su pasado andino, africano o árabe y de su presente anglófilo. Los idiomas son también pues una suerte de ADN histórico de los pueblos.

De los idiomas existentes 1132 están en América, 2562 en África, 2762 en Asia y solamente 396 en Europa. Esta distribución no es aleatoria, recientemente Axelsen y Manrubia identificaron patrones entre la densidad de idiomas y las características ecológicas de la región donde se hablan, siendo los factores más influyentes el paisaje abrupto y la proximidad a ríos. Sin embargo la imposición cultural ha sido el mayor factor de expansión idiomática. En los últimos 500 años y especialmente en los siglos XVI y XIX, el inglés, francés, español y portugués se expandieron a escala planetaria, a la vez que suprimían y extirpaban idiomas locales. De modo similar a como hicieron los beligerantes incas, al reubicar pueblos completos en territorios ajenos (mitimaes), razón por la que hoy se habla Quechua en el centro de Bolivia cuando en la periferia predominan el Aimara y Guaraní.

Siendo los idiomas determinados por historia, cultura y etnia, esta imposición ha creado resistencias ancladas frecuentemente en el idioma como fundamento de identidad. Ejemplos de ello son el catalán y el vasco, suprimidos durante la España franquista y hoy lenguas oficiales en sus comunidades autónomas, o el yiddish casi desaparecido tras la segunda guerra mundial y ahora lengua nacional del estado de Israel.

Mas la extinción de idiomas es también un fenómeno común. Tomemos al latín como ejemplo superlativo. Se ha calculado que a finales del siglo XXI de los 7000 idiomas existentes subsistirán entre 3500 y 700. La globalización e internacionalización de la comunicación son fenómenos sin precedentes y hoy los factores más importantes de homogeneización idiomática. Los más afectados suelen ser idiomas hablados por comunidades marginales cuyos descendientes jóvenes tienden a abrazar culturas hegemónicas dejando de lado las suyas. Es el caso del Munichi que se hablaba en Yurimaguas, una provincia amazónica en el Perú, considerado en extinción desde el 2009 cuando la última persona que lo hablaba con fluidez falleció. Pese a ello, recientemente ha surgido un ejemplo extraordinario de recuperación. El Wampanoag, lengua indígena de Norteamérica considerada extinta hasta los 90, se ha ido reconstruyendo documentalmente y en la práctica gracias a una activa participación comunitaria, al punto de que hoy después de 150 años cuenta nuevamente con una hablante nativa: una niña educada en él.

Otro fenómeno interesante son los pidgins, combinaciones simplificadas de dos o más lenguas distintas creadas para permitir la comunicación multicultural, que a veces dan origen a idiomas completos llamados creoles (de criollo, mestizo). Ejemplos abundan en Centro América donde africanos de diversa proveniencia los fueron construyendo a medida que se establecían. Similares son los sincretismos de grupos biculturales con el caso del Spanglish o antes llamado Angloñol, que sin ser un idioma por sí mismo se usó masivamente por las comunidades ‘chicanas‘ en la frontera Mexicana-Estadounidense y luego se ha ido expandiendo tanto al norte como al sur.

El Spanglish se ha expandido por todo el continente Americano

Fuente: https://images.app.goo.gl/twUhLmCmhik7G5Ag9

Desarrollo biológico e influencia linguística

Mas la lingüística se ocupa de mucho más que la genealogía y taxonomía idiomática. El origen mismo del lenguaje y la comunicación es su santo grial.

En algún momento entre 150 000 y 300 000 años alguno de nuestros ancestros dejó la mímica y los gruñidos y creó sonidos que asoció a objetos y así creó los significados, y para que éstos tuvieran valor debía comunicarlos a sus semejantes, cosa que hizo. En este momento crucial la lengua hablada fue inventada. A los objetos les siguieron los eventos y fenómenos y a éstos las ideas. Finalmente, la capacidad humana de pensar se basa en su habilidad de comunicar.

Esta sucesión de hechos es motivo de un debate inacabado. Mientras algunos creen que ocurrieron progresivamente, a través de la adquisición y desarrollo progresivo de las habilidades necesarias, otros piensan que debió pasar de repente, debido a un salto evolutivo que agenció a un individuo una capacidad ajena a sus semejantes. Lo que en ambos casos habría ido mano a mano con la evolución biológica, condición imprescindible para la articulación del lenguaje hablado.

El renombrado Noam Chomsky propuso en los 60 la hipótesis de una gramática universal, que plantea que las estructuras de la comunicación estarían determinadas biológicamente y en consecuencia transmitidas por los genes. Esto dejaría de lado las diferencias geográficas, históricas, culturales o educativas. Personas que no comparten ninguno de estos vínculos podrían comunicarse ‘naturalmente’ al ser tal cualidad inherente a todos. Estudios con niños han confirmado que el aprendizaje de idiomas es fragmentario y al parecer ‘completado’ por conocimientos que ya se traen consigo. Tal cualidad asemejaría al hombre al resto de especies animales, que creemos son inherentemente capaces de comunicarse entre sí.

Pero dejando de lado las evoluciones o mutaciones, condicionantes para que la comunicación humana haya ocurrido ¿cómo se crearon estas primeras palabras? La teoría del 'bow-wow' sugiere que las primeras palabras serian onomatopéyicas, es decir que habrían nacido de la imitación de sonidos del entorno; otras aluden a resonancias de objetos, interacción de grupos o capacidad anatómicas… mas, en general terminan siendo parciales e inacabadas, tanto que algunos han etiquetado a esta cuestión como el problema más difícil de la ciencia.

En 1929 Wolfgang Kohler y luego Vilayanur y Hubbard en el 2001, encontraron que 95% de las personas indistintamente de su origen e idioma materno asociaban palabras como baluba o bouba a formas redondeadas y takete o kiki a formas puntiagudas. Lo que indicaría que las palabras no se eligen al azar sino incorporan cualidades de lo que representan. Explica esto, por ejemplo, como al llamar a algo colorido, bello y que revolotea, le denominen con nombres que ‘suenen’ como esas cualidades: 'mariposa' en español, borboleta en portugués, cio cio en japonés, labalaba en yoruba o rama-rama en malayo; o inversamente, que el leer la palabra ‘rasca rasca’ produzca comezón en quien lo haga. Así, Lynne Nygaard encontró patrones fónicos tales como que las palabras que aluden al movimiento lento tienen más vocales y consonantes glotales (como 'c' o 'k') y las que sugieren movimiento rápido contienen más consonantes cerradas (como 'ch' y 'f') en idiomas tan distintos como el mandarín, holandés, gujarati, albano o inglés.

Así pues, aun cuando es evidente que hay un simbolismo sonoro en el lenguaje, esto no significa que éste cubra todas las expresiones de los idiomas, sino apenas a fragmentos de sus vocabularios. Lo que también vale para las muchas teorías que lidian con las muchas peculiaridades de los idiomas. Porque si hay una regla lingüística que pueda extenderse a todas las lenguas, es que no hay una regla universal que se extienda a todas las lenguas.

Uso comercial de las palabras y más allá

Mas como suele suceder en nuestro tiempo, el mercado ha encontrado el modo de capitalizar las cualidades de las palabras con fines comerciales. Originalmente los nombres de las marcas se basaron en palabras sui generis como ‘kolynos’ que no decían mucho en sí pero se convirtieron en sinónimos del producto; o trataron de inmortalizar el nombre de sus fundadores como ‘Ford’ o ‘adidas’ (acrónimo de Adolph ‘Adi’ Dassler); o aludieron a los nombres de sus componentes (originales) como con ‘coca cola’ o ‘pepsi cola’. Con la obviedad que la mercadotecnia exige, evolucionaron a aludir a cualidades que se desean adscribir a los productos como frescura en ‘close-up’, horario de apertura ‘7-eleven’; o metáforas de lo que quieren representar como en ‘twitter’ (del inglés: pitido), término que en el 2010 fue patentado por la compañía, aun cuando existen otros 750 significados distintos para la palabra. También ocurrió que las compañías simplemente adoptaron palabras exóticas, atractivas por alguna razón, como el de la compañía de artículos deportivos francesa ‘Quechua’.

Productos de la marca francesa 'Quechua'

Un paso más allá, es utilizar la resonancia que las palabras generan en el receptor. Ocasionalmente, tras escuchar algún sonido de alguna manera peculiar este continúa repitiéndose en nuestra mente por un tiempo indeterminado. Los alemanes llaman a las piezas musicales que lo provocan Ohrwurm (gusano en el oído). Lo que a un amigo mío le sucedió con la palabra ‘hipopotamus’, que no cesó de repetir por varios días. Sustentado en ese mismo fenómeno, se ha observado que los niños tienden a desarrollar interés por productos asociados a sonidos que les son empáticos, cuestión que podría tener una utilidad comercial, si es que no la tiene ya.

No obstante, como evidencian los hechos descritos arriba, es evidente que los idiomas están más vivos que nunca. Y que no son sólo se enriquecen gracias a la imposición, intercambio o adopción, sino que su creación ha traspasado su mera utilidad de comunicación, y que hasta en ocasiones se ha convertido en mercancía. Bien pensado, esto no debería sorprender: aun cuando tendemos a asociar a los idiomas con cualidades como antigüedad y estabilidad, este no es el caso. Las lenguas son finalmente construcciones humanas y como tales sirven a los propósitos de quienes las usan, y en eso hay tantos intereses como personas, como sociedades y meros grupos de interés.

Un viejo y famoso ejemplo es el esperanto. Idioma creado a fines del siglo XIX, tomando eclécticamente palabras, gramática y formas de otros idiomas, no obstante la intención era la de convertirlo lingua universalis, en la que el inglés se ha convertido de momento. El número de hablantes de esperanto alcanza hoy dos millones de personas y se publica con él; e interesantemente el tiempo ha generado dialectos, como el ‘Ido’ y otros, llamados esperantidos.

Otros ejemplos más profanos y literarios, son el caso de las familias de lenguajes ‘Elvish’ and ‘Mannish’ creadas por J.R.R. Tolkien quien las concibió durante su juventud y fue desarrollando profesionalmente como lingüista y académico en Oxford por 60 años, hasta su muerte en 1973. Son patentes los legados de sus esfuerzos su obra literaria misma, que con frecuencia alude a tales lenguas en las sagas de El Señor de los Anillos y El Hobbit. Más contemporáneo es el Klingon, lengua creada por y para la serie de ciencia ficción Star Trek, que tras empezar como un farfulleo sin sentido, desarrolló luego palabras y gramática, y ahora cuenta con el Instituto de la lengua Klingon, que lo estudia y promueve, por ejemplo, publicando clásicos como Hamlet en klingon.

Ejemplos más extremos se encuentran en la lengua escrita. Recuérdese que muchos idiomas no contaban con escritura en algún momento, y ésta por lo general fue adoptada de alfabetos y sistemas de escritura existentes. De ahí aquel inacabado, y a veces írrito, debate de si el quechua es una lengua penta- o tri-vocálica, emergido al adecuar el alfabeto latino a la lengua heredada de los incas. Sorprenderá que no fue muy distinto el caso del turco, que cambió su base alfabética persa-árabe por la latina con algunas modificaciones, apenas en los 1930’s a iniciativa del revolucionario líder Kemal Atatürk; o el coreano y en cierta medida el japonés, que decidieron ‘independizarse’ también de la influencia China, que originalmente se expandió a ambas regiones a las que heredó su lengua.

Menos sistemática es la transferencia de palabras, que con la globalización de la comunicación y movilidad de individuos, permite avistar la complejidad y especificidad a veces única en los significados de las palabras de diferentes idiomas. Palabras como apapachar (náhuatl: demostrar cariño físicamente, acariciar, abrazar), saudade (portugués: nostalgia y angustia por la persona ausente), o Schadenfreude (alemán: alegría por la mala suerte de otro), se han extendido y extienden regional y hasta globalmente.

Pero más curiosa es la creación misma de palabras, que ocurre con dinamismo tal que los especialistas tienden a perderles el paso y minimizar su importancia hasta que ya están ahí. Así que aunque no son muy populares cantinflear en español y wallraffen en alemán son verbos, para hablar sin decir nada y disfrazarse de otro e investigar un tema espinoso, respectivamente; tuit, casi universalmente, es un mensaje electrónico de 140 caracteres, y mi favorita, fruitloopery en inglés, que es usar palabras científicas para desarrollar un argumento finalmente no valido, al que espero no me haya hecho acreedor tras esta extensa, y ojalá no tan aburrida monografía. A propósito, en una escena de la película Lecciones de amor (2013), un maestro de escuela invita a sus estudiantes a crear una palabra y compartirla con los colegas, la escuela, etc. y presagia, quién sabe, que tras numerosos ciclos ésta podría ser usada por más personas, tal vez en todo el mundo. Que finalmente fue lo que pasó con las anteriores.